En el corazón de la negrura nacional

La obligación de expresar. Victor Fowler Calzada. Premio Nicolás Guillén de Poesía 2008, Letras Cubanas, 2008.



Los pasajeros retroceden ante el miedo, luego, el muchacho desciende en alguna parada. Es el poema "Sangre", del poemario La obligación de expresar, de Víctor Fowler. Hasta ahí el acontecimiento y la primera parte del texto. La segunda parte corresponde a la manera en que lo sucedido queda rondando la mente del autor-testigo del suceso. La tercera parte es la resolución del poema, la alegoría donde los pasajeros practican el canibalismo sobre el muchacho, en la imaginación de autor, como una historia posible que se contrapone a la primera. Mediante este final, sin embargo, se da la inversión del "sentido común" colectivo, y en suma, de los códigos de una civilidad local. Al inicio, el gentío rehuye el contacto del arma, considera el hecho como inusual y peligroso: retrocede y observa. El muchacho es el enfermo o el criminal, el otro:
"A su alrededor, el miedo abre círculos, coloca luces para que el muchacho —como encima de un escenario— juegue con su delirio o ración de droga."
En la parte final, la conducta reflejo común es la excitación del apetito de carne humana, y el linchamiento colectivo y muerte del otro por… ¿ingestión? La alegoría consiste pues en la puesta en escena de una civilidad que se intuye transita por el instinto erótico de devorar al contrario: Muerden, arrancan trozos de carne, gozan…

Ante esto, "el muchacho" responde con los códigos de otra conducta civil:
"(...) mientras, en el centro del círculo, el muchacho gime y llama a Dios, a algún dios". Contemplamos la oposición de dos modelos antagónicos de civilidad. En el medio de ambos, el autor-testigo no se encuentro de un lado ni de otro, son "el muchacho y los pasajeros" (siempre la tercera persona) quienes interactúan. La primera persona está tan distanciada de lo narrado que ni siquiera se explicita cuando aparece, en la parte central del texto, tras la frialdad objetiva de los infinitivos: "Es demasiado fuerte como para no reunir a la familia (…), repetir, al día siguiente, la historia en el trabajo (…)".
Es el almacenero-escriba quien habla. El que narra desde la atemporalidad que genera el trabajo del diario donde se mezclan contingencia y futuro, donde la voz aparece y desaparece según las demandas del artificio del rapsoda, del rescatador de historia.

En el poema de Víctor Fowler, que venimos analizando, un muchacho dentro de un ómnibus urbano amenaza a los pasajeros con un cuchillo mientras articula un discurso más o menos incoherente:
"(…) pide sangre. No importa de quién o el motivo, sólo que el país necesita que haya sangre, mucha sangre."
Poética-política. Tono menor para raspar las paredes del estómago de la realidad civil. Una mente ocupada por la destrucción.


 "Sangre" sorprende además por lo que pudiera ser leído como un salto del nivel de realidad en la segunda parte del poema. A la narración de una anécdota cotidiana a la cual se le hace dentro del texto un seguimiento realista y autorreferencial —que contribuye al otorgamiento de verosimilitud—, le sucede una situación de carácter fantasioso que es presentada como resolución del poema:

"Aunque pudo, también, haber sucedido de otro modo: donde el muchacho es rodeado por ojos de mirada fija y bocas excitadas. Muerden, arrancan trozos de carne, gozan, mientras, en el centro del círculo, el muchacho gime y llama a Dios, a algún dios."

Por sus características, esta segunda situación adquiere resonancias de alegoría. Un recurso para expresar, en códigos de un texto realista, aquello que se percibe pero cuya expresión es sólo posible desde la frontera entre realidad y elucubración o en el intersticio del coqueteo a veces irónico, a veces de una seriedad no menos desconcertante, de lo real con lo ficticio. En el contexto de la producción literaria actual puede encontrarse el uso de este recurso en muchos de los relatos del narrador Raúl Flores (véase por ejemplo el relato El orden del discurso), así como en el cuento Que pensaran de nosotros en Japón (2010), de Enrique Del Risco. En el ámbito cinematográfico es esta la solución empleada para la reciente película Memorias del Desarrollo (2010), de Miguel Coyula.

En el libro de Fowler el trabajo del lenguaje es delicado, la escritura discreta. Una poética de dejar al lector los residuos, callando sobre lo esencial. Quizá, porque lo esencial recae precisamente en los residuos y no en el anecdotario del registro emotivo.

Son textos sin esperanza. Allá lejos, al fondo de la retina, hay una visión maltratada por los paisajes de una guerra elemental, silenciada por la monumentalidad de discursos hegemónicos. Dicha épica excluye la voz del que sufre o del que pierde. Este es el caso del sujeto poético del libro. Un hombre cuya vida ha sido terriblemente afectada por las circunstancias. Un hombre que no ha podido o ha sabido diseñar una estrategia de supervivencia. La respiración de este poeta es precaria, se sostiene sobre la motivación básica de mantenerse con vida; su aspiración es desesperada, ansiosa, su expulsión entrecortada, llena de recelo. De ahí la arritmia de su pulso. Prosa de presa. Prosa de andar pesado y cauteloso. El silencio es la resistencia del que no puede aunque quiere devenir imperceptible.

La prosa quizá porque no alcance más para ese verso formal, o esa preocupación esteticista. Los tiempos, la materia de la poesía, no dan para otra cosa. Se escribe con la estética del encargado de almacén o cuidador de provisiones en medio de una contienda bélica. Se escribe mezclando la labor del que aprovisiona para la guerra cultura y medios, materiales de supervivencia. Esta mezcla, no produce al monje de la Edad Media, aunque su trabajo es el mismo. La unión da como resultado al escriba que conoce su función de documentar pero que no puede hacerlo sin sacar su discurso —como si sacara granos viejos de una bolsa de saco— desde la contaminación de sabores y saberes, desde la contaminación de química de los sentidos adiestrados al contacto matérico, hasta la inmaterialidad fría de las palabras. Las palabras no sienten, no comen, no padecen hambre o dolor. El oficio del almacenero-escriba, es el de devolver las palabras al entorno sensible de las circunstancias socio políticas que las engendran. Es hacer que rezumen —y no resuenen— las pudriciones, las faltas, las sustituciones del almacén. Y el estadio miserable y avieso de cada almacenero.
Acaso ningún otro libro de las últimas décadas cubanas haya dado en el blanco como este. En el blanco del estómago ciudadano, de la ira civil. El análisis y la vivencia se fusionan en este cuaderno. El ensayista no deja de leer, procesar y devolver en poesía. Una poesía de esas que alcanza a sintetizar experiencia y  pensamiento. Son noventa y nueve páginas de sorpresa. Las observaciones agudas, el crispar de los nervios, se entrecruzan o se suceden en la lectura.

Son los "bordes de una herida". ¿Hay un acto de fe? Como en el poema Astillas de un buda, encontramos los trozos aislados de lo que una vez fue un buda. No hay fe posible. Hay sin embargo una actitud relacionada con la fe: la tensión con la ruina del templo viejo.

Desde el primer texto del libro se presenta esta ruina (ver Otro pájaro de Doisneau). Estar frente a la ruina aquí es contemplar un sitio donde la destrucción aún no ha sido sustituida por construcción, es estar detenido en el sitio de tránsito. La estabilidad del ánimo se torna en este paisaje harto difícil. ¿Cómo habitar la ruina? E incluso, ¿cómo escribirla, cómo habitarla desde la letra?

"Escribir, a la luz de una magro farol, en el corazón de la negrura nacional. (…) En el sonido de realidad que parecía arrastrada, crecían las páginas, esbozadas sin luz, que eran del hueso y ausencia de encanto."

En medio de la guerra, el almacenero-escriba da cuenta de lo que acontece otorgando al lector su ración de realidad: a la literatura, también se va buscando sustento. El escriba-almacenero (un escriba sabe que trabaja para un futuro desde la tinta que apenas roza el presente, pero que su juego incluye también el pasado) entrega la cuota al demandante mezclando en ella anecdotario y ficción, un poco de lo que hay y un poco de la ausencia. La ausencia es indispensable para cualquier reconstrucción de un lugar. La ausencia forma parte de su capital afectivo, de su comportamiento. El país necesita sangre… En medio de la muerte ciudadana, la muerte sensible del sujeto que habita este desierto de ciudad. Bajo todo el polvo, la carencia, las expectativas frustradas y la desesperanza, hay un cuerpo que late, resiste, elucubra países paralelos, realidades posibles e imposibles dibujadas en las sinuosas siluetas de la ruina.

Publicado originalmente en Diario de Cuba. (29-12-2010 - 12:05 a.m.)
Enlace de la publicación original http://www.diariodecuba.com/de-leer/en-el-corazon-de-la-negrura-nacional